📸 El hombre detrás del retrato

Cambá. Un hombre, una historia, una huella

Ubicación: Pago Redondo, Goya – Corrientes
Fecha: Noviembre 2014

Viajamos a Goya con la excusa de pasear, pero en el fondo era un viaje de regreso. Fuimos con mi padre y mi pareja. Un retorno al campo donde nació mi papá, a esas tierras verdes y húmedas de Corrientes que guardan parte de nuestra historia.

Cambá – Fotografía de Edu Ojeda

Aunque nací en Rosario y soy 100% rosarino, toda mi familia es correntina y yo había estado allí de niño, aunque en otro paraje, de visita a otros familiares, cuando tenía apenas tres o cuatro años. Ese primer recuerdo, o más bien esa reconstrucción de otros relatos, tiene algo de leyenda familiar: un sulky que iba demasiado rápido en medio de una tormenta, yo en el regazo de mi padre quien llevaba las riendas y mi madre con mis hermanos en sus brazos. Una rueda que golpea un pozo, mi padre y yo saltando por los aires, mi caída donde quede inconsciente al golpear el suelo, la rueda que pasa por sobre la pierna de mi padre y no perdona.

Un pariente que acompañaba a caballo logra frenar el sulky antes que termine en un lago con mi madre y mis hermanos. Mi madre y el susto por mi caída, mi rostro lastimado, mi padre herido. Lo contamos y lo pasamos.

Pero de aquella primera visita también me quedó una imagen extraña y vívida, que no supe si fue sueño o vigilia: un burrito negro en la noche, parado en medio del monte, con los ojos rojos contrastando e iluminado por la luna. Lo vi cuando fui al baño exterior, como era costumbre en las casas de campo. Era una visión entre lo mítico y lo infantil, entre el yaguabicho y la imaginación. Lo curioso es que, al volver a Rosario en la madrugada, juré haberlo visto otra vez sobre el tapial de mi casa, quizás era un gato y mi imaginación lo vio así. Como si me hubiera seguido, como si viniera a cuidarme. No me dio miedo. Al contrario, sentí que estaba de mi lado. Que no todo lo desconocido es peligroso.

Pago Redondo – Foto Edu Ojeda

Volví a Goya de grande y fui al campo donde nació mi padre por primera vez como a mis 21 años, pero no registré mucho. Estaba con la cabeza en otro lado. Recién en esta última visita fui verdaderamente consciente de lo que significaba ese lugar, conectar con esa tierra. Esta vez llevaba mi cámara y otra mirada. Sabía que ahí había nacido mi padre. Que mi abuela, mi abuelo, mis bisabuelos y quizás más atrás también habían trabajado esa tierra a orillas del estero. Tierra guaraní, tierra gaucha, de carpinchos, yacarés y yararás. De Aguará guazú y yaguareté especies amenazadas, tierra que se levanta con el zapateo del chamamé, Patrimonio cultural inmaterial de la provincia de Corrientes, que habla otra lengua, tierra donde se dice “Pago Redondo” como si fuera una patria chica.

Ahí conocí a Cambá, el hermano de mi abuelo Isaac. Un hombre alto, de cerca de 90 años, de rostro curtido por el tiempo, pero con una calma que imponía respeto. No hablaba mucho. Usaba las palabras con la sabiduría del que sabe que no hace falta decirlo todo. Cuando me saludó al llegar, lo hizo como si me conociera de antes:
Sooobriiiiinooooo…
Estirando la palabra como quien la siembra en la tierra, dándole tiempo, dándole peso. Esa forma de hablar tan distinta a la nuestra, tan lenta, tan clara. Me conmovió y también me recordó a mi abuelo, que me hablaba con la misma paciencia mientras preparaba un puro con tabaco criollo correntino, uno de los tantos cultivos que producían y cosechaban por entonces.

Volviendo a Cambá había algo en su presencia que recordaba a un cacique, a un sabio. Tal vez por su porte, tal vez por su mirada serena. Decidí retratarlo. Él aceptó sin problema, se quedó quieto mientras yo preparaba la cámara, con la dignidad de quien ha aprendido a esperar.

En un momento, sin apuro, me preguntó:
— ¿Para qué haces eso?
— ¿Qué cosa? —le dije, bajando la cámara.
— Eso… ¿Para qué ta e? señalando la cámara.

Me desarmó. No porque no supiera la respuesta, sino porque nunca nadie me lo había preguntado así, con tanta simpleza.
— Porque quiero tener un recuerdo de este momento… de vos —le respondí.
Asintió, como quien entiende. Como quien valida. Y volvió a posar.

Cambá posando – Foto Edu Ojeda

A veces creo que no era solo curiosidad la suya, sino una forma de tantear mis intenciones. De ver si había algo de sentido, algo más que costumbre en ese gesto de fotografiar. Quizás quería saber si había un propósito que valiera. O quizás me estaba enseñando que toda acción debe tenerlo. Nunca lo sabré del todo. Pero con eso tan simple me dejo pensando bastante.

Lo cierto es que esa imagen quedó. No solo la que capturó la cámara, sino la que se imprimió en mí. Ese instante compartido, ese fragmento de herencia que no se hereda solo por sangre sino por presencia. Un hombre de otro tiempo, de otra lógica, que me recordó algo esencial: que hay que mirar para ver, detenerse un momento antes de accionar, que en algunos momentos solo hay que decir solo lo necesario, y que el silencio también puede expresar muchas cosas.

Cambá ya no está. Pero vive en ese retrato. Y en la memoria de ese encuentro breve pero valioso y revelador, allá en Pago Redondo, donde alguna vez nació mi padre, y donde yo empecé a entender un poco más una parte de dónde vengo.

Si te gusta compartí

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *