✨ Susana, la cirujana de la Perla del Sur – Cienfuegos

“El brillo de sus ojos” – Foto de autor: Edu Ojeda

🔹 El brillo de sus ojos


Título: El brillo de sus ojos
Ubicación: Cienfuegos, Cuba
Fecha: 16 de Marzo – Septiembre de 2024
Duración del encuentro: unas semanas o una vida.

Montaba la lente en mi cámara mientras las olas bañaban las costas de Rancho Luna, una paradisíaca playa de Cienfuegos Cuba. Bajo el sol cálido de marzo, apunté mi cámara a su rostro sin pensar demasiado, con esa inercia que guía la experiencia. Giró a verme, y su sonrisa iluminó todo el espacio que compartíamos; disparé la foto sabiendo que ese instante solo existía gracias a nuestra presencia, conexión y a lo que elegí capturar y compartir. Su brillo se hacía completo con mi presencia y sé que ese momento hoy nadie más podría recrearlo. Una foto espontánea, una mirada única, como si supiera que ese instante también le pertenecía. Una mirada auténtica, profunda, honesta, feliz y llena de amor. A veces una foto lo captura todo y dice más que mil palabras, especialmente cuando existe alguien que comparte la mirada. Esta historia es de esas: un instante que solo tuvo sentido porque lo compartimos.

Los ojos son las ventanas del alma, y eso retraté. En la ciudad donde las palmeras se doblegan al viento salado y las batas blancas enfrentan huracanes, conocí a Susana. Doctora y cirujana, isleña de Cienfuegos, recorrimos cada rincón con pasos que parecían sincronizados, como si la ciudad misma conspirara para que nuestros caminos coincidieran. Era lunes o jueves, da igual; lo importante era que sin darnos cuenta nos buscábamos con los gestos, los mensajes y las miradas. Ella me dedicaba tiempo que no tenía, se preocupaba por mí, más que yo mismo y yo aprendí a percibir cada detalle que tenía conmigo como un código que solo nosotros entendíamos. No hubo que forzar nada, solo gestos auténticos de su parte que correspondía.

Desde la pandemia, hasta en persona, en las madrugadas de guardia, la vi vulnerable, pero también reírle al caos. Y yo supe que ahí había historia. Bajé del gugua/bus aquel día y, tras caminar por la terminal de Cienfuegos, guiado por la intuición y arrastrando las maletas, la vi sin que me viera. Hasta que me vio con una felicidad en su rostro que todos notaron y que no había visto en los cuatro años de conocerla, como quien espera un encuentro después de mucho tiempo, generar eso es mucho. A veces parece que ese momento fue fácil, cotidiano, quien conoce Cuba sabe que para nada lo fue, aunque me gusta que así parezca.

👩⚕️ Retrato
Ese día no casualmente traía el pelo suelto, rizado y húmedo, justo como alguna vez le había comentado al pasar que me gustaba y claramente tomo nota. Ese estilo tenía entonces un lenguaje que solo nosotros entendíamos, imposible de replicar. Un brillo cubría sus labios que reflejaba el sol del Caribe mientras sonreía de oreja a oreja y hablaba con soltura, estaba erguida, feliz, muy feliz. Cruzamos miradas que parecían eternas; en un sentimiento honesto y genuino, sin maldad, pude percibir la emoción en sus ojos y un abrazo añorado que me envolvió como si quisiera retenerme un poco más, como si ni bien llegar ya no quisiera que me fuera nunca más. Al mirar todos esos gestos, como si nos conociéramos de toda la vida, uno nota lo auténtico, que ciertos momentos no se repiten, aunque el mundo lo intente recrear.

Su estatura no mide igual que su grandeza; caminaba con liviandad, como si no cargara el peso de una vida hostil en sus hombros. Quizás esos días decidió irse del mundo por un tiempo para que la gravedad no la aplastara. La mujer que salva vidas, pero no siempre sabe cómo cuidar la suya. Tiene un perro que la sigue como si fuera su sombra: se llama Coco, una versión de Falkor, de La historia sin fin, pero en tamaño doméstico, super cariñoso y juguetón con cualquiera, testigo mudo con ojos vibrantes, aunque ladra bastante. Cada mañana, mientras tomaba café en el living, Susana le hablaba como si fuera un hijo más. Lo mismo mientras descansaba en la habitación: “Trae el pato a mami”, le decía, y Coco solo le lamía la cara por puro amor. Aquellos pequeños rituales tenían un eco compartido; fuera de esos días, la misma escena no tendría el mismo peso.

Ella es cirujana en un hospital local de Cienfuegos. Trabaja en urgencias, pero cuando puede se escapa al malecón, para evadirse de la realidad un momento y recordar quién es a orillas del mar. Entonces vivía con Coco y con su hijo, un genio que es fanático de Messi y de Spiderman, personaje que casualmente es fotógrafo. Su departamento, queda en un barrio de estilo soviético típico de la ciudad. En su cocina hay café, siempre que se puede, que hierve todas las mañanas y en algún rincón ahora también mate. En la pared cuelgan unas pinturas bastante feas (aunque no soy crítico de arte) y unos cuadros de la Torre Eiffel. Una noche me dijo que soñó que estaba allí, y que yo estaba en la escena. Y aunque yo ya había caminado esas calles, en su sueño, París nos pertenecía a los dos.

Habla rápido y no tiene acento cubano, salvo cuando está cansada o para amoldarse a su gente, a veces hasta suena forzado, que te suelta un “¡asere!”, aunque no le queda nada bien. “Es cubana trucha”, pienso yo. Pero cuando se ríe, todo se detiene y, sin dudas, te alegra el día. Es un poco loca y eso siempre es bueno. Es curiosa y bastante inteligente, aunque a veces se menosprecia y hasta parece conformista, quizás es resignación forzada, como si soñar es sinónimo de utopía en la isla, quizás sea un síndrome cubano o una negación para no frustrarce. Lo cierto es que el cerebro y el cuerpo se cree lo que le decimos y lo que escuchamos, crea caminos neuronales y al tomar decisiones, elige lo que se le enseño, ahí la diferencia entre escuchar música con contenido o reparto. No me mal interpreten, lo urbano, lo bajo tiene lo suyo, es divertido, pero es real que el contenido muchas veces es pobre. Otra evasión de la realidad. Aguante Leoni Torres.

En la punta – Cienfuegos

“Quien tenga miedo a vivir que no nazca”, solía decir siempre, contradictoriamente. Yo pensaba en todas las veces que había hecho exactamente eso con sus decisiones fuera del quirófano, a veces más acertadas que otras. Su ternura y simpleza al hablar, casi aniñada por momentos, contrastan enormemente con la dureza y fortaleza que maneja en el Hospital de Emergencias de la ciudad, donde no hay tiempo para las dudas y demuestra su profesionalismo en cada caso, pese a lo agotadora que puede ser la vida en Cienfuegos la Perla del sur.

Esa imagen dulce, la real, no la muestra a todos; solo la guarda para quien sabe reconocerla. Una sola vez la vi diferente y hasta diría que fue un poco actuado por el contexto, lo fue. Tiende a cerrarse con facilidad, a veces con razón, otras más por miedo a su propia vulnerabilidad. Se evade y en la vida a veces toma decisiones por descarte o comodidad más que por sentimiento o convicción a diferencia de su rol como médica. Es sensible, aunque no lo demuestra, aunque quiera vender otra cosa y en esa vida es necesaria esa mascara. Pero no se engañen: no se doblega, y eso es de valorar. A veces es demasiado terca y orgullosa rasgo taurino y eso la aleja de lo real y de sí misma, sus mejores diagnósticos no salían del hospital, sino de su entrega para con su familia de la que me hizo parte sin dudar. Como ese día que almorzamos en casa de su tía, a quien ama profundamente, y que me regaló un billete firmado por el Che Guevara cuando era ministro de Economía. Un regalo muy simbólico, que atesoro, teniendo en cuenta que soy rosarino. Ese día almorzamos, bebimos café y hablamos de la vida. Momentos bellos, sinceros, honestos.

Hubo un día en que la vi salir de la sala en su trabajo. Recién llegaba, y estaba completamente agotada, no por el trabajo, sino por los constantes apagones que azotan a toda la isla. con 20 o más horas sin luz diaria. Alumbrones más que apagones dicen en Cienfuegos. Como si no bastara con huracanes, ciclones y desabastecimiento. Aun así, estaba entera y a pedazos, lidiando con una guardia ella sola y un par de residentes mujeres, para atender el ajetreo de una ciudad que no descansa. Ancianos, soldados, jóvenes desfilaban por la sala, uno tras otro. Sus caras lo decían todo: agotados.

De algún modo termine en una sala tomando café con ella y sus colegas, algunas y algunos eminencias de la ciudad, hasta estreche la mano de un masón, enseguida note que una gran persona también. A quienes agradezco su hospitalidad y que me hayan confundido con un cirujano.

En el famoso cuartito del recinto, pude ver una de sus agujas de sutura y otros materiales que Su siempre debe llevar. En las guardias se la ve caminando entre camillas con paso seguro. Usa una cofia quirúrgica con una línea de frecuencia cardíaca bordada: se la regaló un amigo médico que había emigrado el día anterior, emprendiendo la famosa travesía, como tantos otros. Van dejando su nombre escrito a mano, rasgando el metal, en los lockers que usaban, como una huella de su paso por el hospital, de una vida que ya no va a ser o que será con suerte en un lugar mejor. De alguna manera me hizo acordar al tema Rasguña las piedras de Suigeneris: “Y escarbo hasta abrazarte, Y me sangran las manos, Pero qué libres vamos a crecer…”. También ese día traía una pulsera con su signo, Tauro, otro regalo simbólico que la conectara con lo especial por siempre.

Regalo de Jose

La nostalgia era visible en sus ojos aquel día. “Todos los que me importan se van”, dijo, “incluso tú”, mientras tomaba mi mano como queriendo retenerme un poco más. Inmediatamente seco sus lágrimas y se dispuso a cambiarse para realizar una operación programada. Con la entereza que la caracteriza, a pesar del agobio, guardo el dolor como tantos Cubanos y se dirigió con entusiasmo al quirófano, como alguien que claramente ama su profesión. Al salir, la vi dar el parte a los familiares del paciente. Por un momento, fue como estar en ER Emergencias. Irradiaba confianza y seguridad. Al parecer todo salió bien.

En su descanso nos perdimos entre los salones de operaciones, “escapando” de su prima que allí trabaja, donde conectamos nuevamente y me contó los vaivenes de la vida siendo profesional de la salud, sin ánimos de queja sino más bien de realidad. Una colega que nos descubrió, le ofreció un sándwich, no había almorzado nada, lo partió por la mitad para convidarme, no acepte, pero agradecí el gesto. Volvimos al cuartito y pude tomarle una foto en su trabajo. Es demasiado coqueta y le costaba posar, pero lo espontáneo suma. Podrá llegar cansada y seria, pero siempre arreglada.

Su en el cuartito – Foto de autor: Edu Ojeda

En otra ocasión caminamos por el malecón de Cienfuegos como si el tiempo no existiera. A veces hablaba ella. A veces no hablaba nadie, solo el sonido de las olas. Aquellos silencios compartidos tenían un idioma secreto que el mundo jamás podría entender ni reproducir. Yo pensaba en las cosas que no debía decir, en lo que pasaba entre esos silencios. A veces hay gente que entra a tu vida como quien entra a operar sin anestesia.

Recuerdo que estuve a punto de tener la oportunidad de ser atendido por ella, ya que, en una de esas caminatas, tan distraído que iba en la charla, como quien encuentra algo sin buscarlo, casi me choca una moto que no escuché porque es de estas eléctricas, ella me tiro para atrás y me salvo. Nos reímos y perdimos en las calles ese día, más bien ella se perdió, estaba perdida o distraída, literalmente. Nose en que muro o tapial, o como le llamen en Cuba, de una casa nos detuvimos abstraídos de la realidad. Fue un momento importante de esos que se congelan en el tiempo, como la ciudad misma. Espero volver a encontrar ese lugar algún día, aunque sea en una fotografía.

Justo en el centro de Cienfuegos, frente a José Martí, resonaron algunas de sus frases con el momento que acontecía: “Amamos a la libertad, porque en ella vemos la verdad”, “La única fuerza y la única verdad que hay en la vida es el amor”, “Amor cuerdo no es amor” y “Amor con amor se paga” y así fue.

Esa noche, en medio del apagón de todos los días, no el que a veces se lleva dentro, sino el real de la ciudad, no quedaron deudas pendientes. Podía verse el eclipse, como un lunar oculto cerca del mar, casi como llegar a tocar la luna. En el reflejo se veía transparente que el fuego que se avistaba no era una ilusión: era real. Se volvió uno solo, sin forma ni dueño. Algo tan intenso que ni el tiempo supo qué hacer. Quizás por eso, después, todo ardió un poco más de la cuenta. Bebieron la sal de sus miradas como quien bebe un ron Havana 7 años en medio de una isla desierta y lo arroja con un mensaje al mar prometiendo eternidad. Las olas caprichosas le darán su destino.

Recorrer el Teatro Tomás Terry de Cienfuegos fue como transportarse a otra época, una mejor que la que atraviesan actualmente, sin dudas. Como si fuera la película Medianoche en París, ¿qué secretos guardará esa sala? Quién sabrá. Solo la mujer de la boletería conoce la verdadera historia que alberga ese teatro. Susana recordaba sus épocas de actuación, aunque pocos conocen sus también dotes de cantante, un talento oculto. Pocas veces alguien parece tan distinta dentro y fuera del quirófano. Más sorpresas que el ascensor del Hotel Meliá guarda esta mujer. Y hablando del hotel, sus vistas son las más bonitas de la ciudad, sin dudas.

Llegar a Rancho Luna fue fácil, en un viejo Lada ruso, como en la canción Cienfuegos de Benny Moré, marcamos rumbo. Entre Cuba Libre, mojitos y piña colada, brindamos por ese paraíso y ese encuentro honesto, sin intención, pero merecido. Tomé la foto del brillo de sus ojos sin saber que había fotografiado ese momento especial y su esencia. Caminamos por la playa viendo cómo el mar se fundía con el cielo, cuya inmensidad no se comparaba con ese momento compartido. Parecía abstraerse de la realidad allí, como queriendo que las horas pasen lento, y sin dudas lo lograba. Contemplamos ese paisaje y me confesó después que se sintió muy feliz ese día, que no había vivido un momento así tan lindo jamás, en ese lugar que amaba, realmente fue un día perfecto en un lugar hermoso, espontaneo, algo que no se puede replicar. Ignoramos entonces por completo la cantidad de momentos construidos, solo fluyo como un río que va hacia el mar.

Bajo un cielo estrellado de Cienfuegos, las palabras sobraban. Esa última noche ella contó historias muy fuertes que me prometí guardar. Cómo una persona tan joven pudo y puede pasar por tanto y llevar su profesión con tanta entereza todo este tiempo. Seguramente no es la única, lo sé. Su historia inevitablemente, aunque no haya querido pasó a ser mi historia, su pasado, sus heridas una carga que no deberá llevar más sola. El futuro aún no se ha escrito; solo está el presente que ya es pasado… y estas palabras.

El transporte salía temprano. Mi camino debía continuar una vez más. La despedida fue más dura de lo imaginado, con lágrimas y todo, aunque la última, fue más un hasta luego que quizás no se pueda sostener, costo igual…

La iglesia metodista del prado de Cienfuegos el más largo de Cuba y sus escalinatas son testigos del mar derramado sobre ellas. Sentí esa nostalgia típica argentina mientras me alejaba.
Aún conservo el estetoscopio que me dio aquel día en que sonó nuestra canción. No sé si Susana sigue operando con la misma precisión con que manejaba sus distancias. Quizás las luces ya no alumbran el respaldo de su cama donde Coco suele dormir, o la foto que imprimió y puso en el espejo haya terminado en un cajón. Tal vez una pantalla absurda, como una mala copia de una buena serie, busca tapar y llenar con distracción y cosas materiales un lugar que ahora falta en su corazón y no alcanza.

Ella es de esas personas que no se da a medias. Lo dio todo y más, a veces daba hasta lo que no tenía. Por mucho tiempo me abrió su mundo, su historia, su miedo y, lo más importante sus detalles y su tiempo. Ambos lo hicimos.

“Las flores son para los muertos” suele decir mi madre, algo que siempre me hizo reír mucho pero que entendí enseguida. Lo que cuenta son los momentos que no se marchitan nunca, estar cuando hay que estar, de cerca siempre es más fácil pero no más importante. Aunque el tiempo siga su curso, ese brillo no podrá ser replicado, un brillo que no estaba antes de mi llegada, y que se fue, sin quererlo, conmigo. Quizás algunos instantes se pierden por decisiones que no se animaron a sostenerlos, y eso los hace aún más inolvidables. Todos podemos fallar, la intención es lo que realmente importa.

Fue refugio y fue tormenta.
Qué linda que es la lluvia.
Tal vez fui un privilegiado o quizás lo fue ella.
En sus ojos vi verdad compartida. Y con eso, basta.
Uno no lo olvida. Aún después de la caída de Roma el coliseo sigue en pie.

Su corazón se sintió Argentino por mucho tiempo, quizás yo también fui parte de Cuba y de Cienfuegos por un instante (Ver crónica de Cienfuegos). Tal vez, de alguna forma, aún lo sea.
No todas las despedidas son para siempre.
Algunas solo esperan ser contadas. Tal vez las olas sepan devolver lo que el tiempo caprichoso y terco quiso llevarse.

Algunos se conforman con menos y se quedan en escenarios ya habitados, en anuncios y en fotos sin verdad; otros, en cambio, se atreven a vivir el viaje completo. El mío sigue, y los retratos que quedan son huellas de lo que fue real, de esa parte de la historia compartida tatuada en el tiempo, un momento feliz entre tanta locura y me recuerdan que siempre hay más por contar. A veces, cuando el viento sopla del norte, me parece oír su voz cruzando el mar del Caribe desde Cienfuegos, cantándole a la luna cienfueguera…

Luna Cienfueguera (bolero)

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